Durante décadas, un viejo e incomprensible misterio
ha atormentado a los científicos de la NASA: ¿Por qué la temperatura
de la superficie de la Luna aumentó bruscamente dos grados justo mientras
la visitaban los astronautas de las misiones Apolo?
Desde los años 70 del pasado siglo, numerosos
investigadores han tratado, sin éxito, de resolver la intrigante cuestión.
¿Simple casualidad o consecuencia de alguna actividad humana?
Ahora, Seiichi Nagihara, científico planetario de
la Universidad de Texas, acaba de dar una solución al misterio, y la ha hecho
pública en un estudio publicado en Journal of Geophysical Research: Planets.
Desde hace tiempo, este investigador sospechaba que
la respuesta a este misterioso calentamiento lunar dormía en los registros de
tempertura efectuados entre los años 1971 y 1977. El único problema era que los
centenares de bobinas de cinta magnética que contenían esos registros desaparecieron
de los archivos de la NASA hace más de cuarenta años debido, según la
explicación oficial, a un error de catalogación.
Pero Nagihara y sus colegas no se rindieron, y tras
más de ocho años de intensas y agotadoras búsquedas, lograron localizar y restaurar
más de 400 de esas cintas de datos perdidas por la agencia espacial
norteamericana.
Recuperado y estudiado todo ese material, los
investigadores proponen en su artículo una hipótesis "lógica" para
explicar el misterioso calentamiento lunar. Según afirma Walter Kiefer,
coautor del estudio, en la Luna son perfectamente visibles "las huellas de
los astronautas, los lugares por los que caminaron. Y podemos ver que al
hacerlo removieron mucho polvo (regolito), dejando atrás un camino que tiene
tonos más oscuros".
Removieron el polvo
Según los científicos, los 12 astronautas que se
pasearoron por la Luna en las varias misiones Apolo removieron tal cantidad de polvo que
dejaron al descubierto grandes zonas de tierra más oscura y capaz de
absorber mucho más calor que el regolito que recubre la superficie. Una
tierra que probablemente no había estado expuesta a la luz solar durante
millones de años.
De esta forma, y en apenas seis años, ese suelo
expuesto por la actividad de los astronautas absorbió suficiente radiación
solar como para elevar la temperatura superficial de la Luna hasta en dos
grados. "En otras palabras -añade Kiefer- al caminar sobre la Luna, los
astronautas alteraron la estructura del regolito".
Los astronautas plantaron por primera vez sondas de
temperatura en la Luna durante las misiones Apolo 15 y 17, en 1971 y 1972,
respectivamente. Y aunque esas sondas no dejaron de transmitir constantemente
datos al Centro Espacial Johnson de la NASA en Houston hasta 1977, solo se
archivaron los tres primeros años de grabaciones.
Para llevar a cabo su investigación, Kiefer,
Nagihara y el resto del equipo de científicos se embarcaron en una búsqueda sin
cuartel de las cintas perdidas. Y consiguieron localizar 440 de estas cintas en
el Centro Nacional de Registros de Washington en Suitland, Maryland.
Desafortunadamente, todo ese material apenas si representaba tres meses de
registros de temperatura, todos ellos tomados en 1975.
Para conseguir una muestra más representativa, el
equipo de científicos extrajo centenares de registros de rendimiento semanales,
que se conservan en el Instituto Lunar y Planetario. Dichos registros incluían
lecturas de temperaturas tomadas entre 1973 y 1977, lo que significaba que ya
estaban en condiciones de "rellenar" los huecos de las cintas que
faltaban.
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En la superficie
Tras largos años de extraer y analizar datos de las
viejas y desfasadas bobinas de cinta, los investigadores descubrieron que las
sondas de temperatura plantadas cerca de la superficie lunar registraban un
salto de temperatura mucho mayor que las sondas plantadas a mayor profundidad.
Lo cual indicaba que el aumento de temperatura estaba ocurriendo en la
superficie, y no en el interior de la Luna.
El estudio de cientos de fotografías de la
superficie lunar tomadas por la sonda Lunar Reconnaisance Orbiter proporcionó
a los científicos otra pista de crucial importancia. Las imágenes, en efecto,
mostraban que las áreas próximas a los lugares de aterrizaje de las misiones
Apolo aparecían repletas de rastros oscuros allí donde los astronautas habían
estado caminando o conduciendo sus vehículos.
Según los científicos, el mero hecho de
instalar las sondas de temperatura podría haber influido en el calentamiento
del terreno circundante. "Durante el proceso de instalación de los
instrumentos -asegura Nagihara- se acabó perturbando el entorno térmico de la
superficie del lugar donde se querían hacer las mediciones".
Así que, misterio resuelto. La simple presencia y
movimientos del hombre en un lugar jamás antes hollado por un ser vivo ha sido
suficiente para alterar, en apenas unos años, la temperatura superficial de
nuestro satélite natural.